Escribir es como cualquier otro ejercicio estéril: no sirve para nada.
No sirve para nada, pero lo hacemos. Es como cuando nos hurgamos la nariz con el meñique, o como cuando escuchamos la estúpida verborrea de alguien al que tenemos la grandísima suerte de no haber visto en mucho tiempo.
Tiempo.
Así es esto de escribir: una fatal pérdida de tiempo que podríamos emplear en otras cosas sin duda más útiles y fructíferas.
Dormir, follar, ver el telediario. Largar de la crisis, de la decadencia de nuestros días.
O hurgarnos la nariz con el dedo meñique, por ejemplo.